Estamos en paz, autismo

Yo tampoco te conocía, autismo, hasta que entraste por la puerta grande en nuestra casa. Te ibas manifestando en los días sin descanso, perdidos, y en las noches sin dormir. Éramos tres los asustados, ya sabes que lo desconocido espanta. Ni siquiera sabíamos ponerte nombre. Y eso ni familiariza, ni crea lazos. ¡Qué desesperación, cuántos temores, qué impotencia!  

Hay un recelo natural a lo insólito, a lo extraño, a lo forastero. Teníamos que irnos descubriendo poco a poco, intimando, y para ello fue decisivo saber quién eras.

Llevamos años dedicándonos tiempo, abriéndonos el uno al otro. Probablemente coincidamos en que no nos gustamos en todo. Eso es bueno, la diversidad es un soplo de frescura hacia el entendimiento de que todos aportamos.

Procesamos la vida como es, sin anclarnos en expectativas quiméricas, pero sí con la templanza de avanzar desde la comprensión para facilitarnos la convivencia. Con respeto, con honestidad, con la ilusión de sabernos indispensables el uno para el otro.

El espagueti en la olla hirviendo, la llama de un mechero o el agua circulando por un tubo.  La electricidad, el humo, las aspas de un molino. Todo se mueve.

Es nuestra actitud lo que da sentido a las cosas.

Estamos en paz, autismo.

Serenos, sin evitar la vida, conscientes de cada paso del camino.

El herrerillo (Blaumeise en alemán) es el ave preferida de Erik.

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